Cuantas caricias te di, en nuestro momento solitario, en aquel cuarto de hotel, en ese refugio, donde la lluvia golpeaba estrepitosamente, éramos tu y yo, lejanos en tiempo y espacio, regulando una esencia especial en esa habitación.
Me volviste a llenar de esa luz mística que tus ojos regalan, pues eras para mi una figura distante entre las tinieblas de mi pasado; tu nombre me acecho y me desfiguro al volverte a ver, esa es la verdad.
No fue mi culpa haberte encontrado, todo fue un accidente claro y sin una previa premeditación, es algo difícil de comprender para mi, y ahora todo esto nubla mi mente atascada en formas psicodélicas, mientras te miro dormir, descansar en esta cama tan grande, escuchando tu respirar, tu dulce cantar en tu sueño REM.
Era tan desdichado de no querer aliviar mi alma, de no detener mis pensamientos absurdos y retenerlos en mi cabeza de terciopelo, en esa jaula de espasmos todos juntos.
Ya no podía dejar de pensar en ti, en mi vida aparte, en ese recuerdo plasmado en existencias pasadas, en una trinchera de remembranzas pasadas.
Compases de música al tono de marcha fúnebre, cargaba en mi corazón una pesadez mustia que me atormentaba, quisiera haberte tenido en ese momento.
Por el momento te observo dormida, distante de mi, mientras yo solo te observo y escribo de mi reluciente descubrimiento, de mi nueva posesión, pues te amo mas ahora que nunca, no te alejes de mi. Después solo encendí un cigarro y me quede contemplándote ahí con esa expresión muda.
Recortado de la serie: Frank Mont Blanc y las aventuras de un exilio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario