Los olvidados

Soy uno de los olvidados, de esos que en las batallas se esconde, y en el amor florecen, pasajero mutuo con la soledad y la frialdad.
Mensajero con hábito especifico. Amante salino y con aire infeliz, mientras las sabanas de mi cuarto se tornan más húmedas.

Soy uno de los olvidados que cuando perdonan huyen, y que cuando huyen tienden a olvidar.

Caliente en la tierra, frio en Júpiter. Amante de la infelicidad diurna, escapista profesional en las adversidades, mientras más tranquilas sean.

Yo soy uno de ellos, un olvidado.

Cuando ella esta aquí, mientras disimulo estar con los ojos cerrados, y solo espero, y me acecho en uno de esos momentos en los cuales tu cabello esta a mi lado.
Podría esperar, pero el esperar me lleva a una distancia lejana, a mi lugar de olvidado, a ese mismo donde el asiento aun se encuentra tibio.

No había visto a un olvidado, hasta que me mire en el espejo, en cualquiera de los que hay en la habitación, ahí me di cuenta de la realidad misma, fría y sumisa.

Los olvidados como yo, marcan su trayectoria en la penumbra, mientras que la felicidad aguarda en el lugar menos habitual. ¿Acaso ser un olvidado permite avanzar?

Un olvidado, la semilla que he sembrado en el patio trasero de mi alma, esa que reposa en mi mente abstracta, dura, difícil de comprender, y pasajera por sobre todas las cosas.

Este olvidado que hoy escribe, solo se ha dado cuenta de su polifacética forma de observar las emociones más valiosas.

Recortado de la serie: Frank Mont Blanc y la luz apagada.